La naturaleza es caprichosa. El viento Nordeste, dominante en nuestra villa y de efectos claramente benéficos, ha jugado una de las suyas. Algunas semillas de los tamarindos que ornamentan el Muro de San Lorenzo han ido a estrellarse contra el muro del Campo Valdés. Y allí, echando raíces en el viejo muro, ha brotado, casi sobre el mismo mar, un pequeño tamarindo que parece crecer, como si de un homenaje de la naturaleza se tratara, justo bajo una de las cruces de piedra que forman el Vía Crucis sobre el Campo Valdés.
Un árbol verde, que parece haber brotado justamente como reconocimiento a aquella cruz de piedra, que nos recuerda al árbol del que nos viene la salvación.
Y ante esta estampa, tan gijonesa, uno no puede dejar de evocar el viejo himno latino “Crux fidelis”, y algunas de sus estrofas en la traducción al castellano realizada por Lope de Vega:
¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde
la vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!
Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.
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