En nuestro recorrido por las devociones marianas gijonesas nos detenemos hoy en la Virgen de Begoña. Según cuenta la tradición, y a comienzos del siglo XVIII, fueron unos pescadores vizcaínos los que construyeron la antigua capilla en honor de la Virgen de Begoña, en el promontorio gijonés al que hoy da nombre. Volviendo de las costas de Terranova fueron sorprendidos por una terrible tempestad y, ante el peligro de muerte en que se vieron, acudieron a la protección de su Patrona de Vizcaya, la Virgen de Begoña, prometiendo dedicarle una capilla en la primera tierra que tocaran, que resultó ser la villa de Gijón.
Aunque es error común presentarla como patrona de Gijón, nunca lo ha sido, correspondiendo el patronazgo de la villa al apóstol San Pedro. El error parte del hecho de que los festejos veraniegos de Gijón, la llamada Semana Grande, coinciden con la festividad de la Asunción. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, y por razones meramente mercantiles, se vio la conveniencia de comenzar a asociar los festejos de villa a la fiesta de la Virgen de Begoña, venerada en lugar accesible y en plena expansión urbanística, y celebrada en fecha tan propicia en pleno mes de agosto, cuando la villa acogía el mayor número de visitantes y forasteros. Se retomó así y se dio fuerza a la antigua feria de la Asunción, vinculada desde tiempo inmemorial al santuario mariano de Contrueces, al que en origen estuvo vinculada siempre la veneración gijonesa a esta advocación mariana (la Asunción), y que con el paso del tiempo y la fuerza de la costumbre acabó cediendo protagonismo a la Virgen vizcaína.
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