martes, 6 de julio de 2010

FIN DE CURSO EN EL ARCIPRESTAZGO, Y REFLEXIÓN LITÚRGICA

La eficiente y amena página de la Parroquia del Espíritu Santo nos informa y facilita fotografías de la celebración por parte de los sacerdotes del Arciprestazgo de Gijón, el pasado día 21 de junio en la festividad de San Luis Gonzaga, del fin de curso pastoral. Lo hicieron con una excursión a la villa marinera de Luarca.

Allí, en la capilla del Nazareno (según muestra la fotografía), concelebraron la santa Misa. Queremos felicitar a la hermandad luarquesa por la dignidad con la que conserva este templo, y por seguir el ejemplo litúrgico del Papa Benedicto XVI, disponiendo el crucifijo en el centro del altar. Desgraciadamente, y en esta ocasión, no podemos decir lo mismo del comportamiento de nuestros sacerdotes. Contemplando la fotografía nos llama la atención el hecho de que el celebrante principal, y Arcipreste de Gijón, celebre aparentemente (y hasta donde deja ver la fotografía) sin vestir la casulla, tal y como prescriben las rúbricas litúrgicas. ¿Obedece esta irregularidad a la carencia de esta vestidura en el citado templo? Lo dudamos. En la tradición de la Iglesia católica vestir la casulla simboliza “revestirse de la caridad de Cristo” para celebrar la santa Misa. Por eso, y con indepedencia de que se prescindiera o no de la casulla en este caso concreto, debe denunciarse la actitud reiterada de algunos sacerdotes (y todo hay que decirlo no suele ser el caso de nuestro Arcipreste) que insisten en incumplir las normas litúrgicas, y con gran incoherencia nos muestran únicamente la estola (símbolo sólamente de su dignidad y autoridad sacerdotal). Tal parece como si quisieran anteponer su dignidad y autoridad sacerdotal a la propia caridad de Cristo, grave error.

Por último otro detalle que llama la atención, ¿por qué vestían los celebrantes ornamentos rojos?, cuando la festividad de San Luis Gonzaga, que no fue mártir y es de memoria obligada, prescribe los ornamentos de color blanco.

En fin, no nos cansaremos de insistir en la necesidad de cuidar y guardar las normas litúrgicas, aunque sólo sea por respetar los derechos del pueblo fiel, cuyo nombre tantas veces se invoca en vano, y al que los sacerdotes están llamados a servir.

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